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EDUCAR CON EL EJEMPLO
Las palabras educan pero el ejemplo arrastra.
Autor desconocido
Si pudiéramos resumir en una frase la “regla de oro” en educación podríamos decir a cada padre de familia: “Sea usted de la manera que quiera que sean sus hijos”.
Aunque en la mayoría de las familias el ejemplo es lo que tiene mayor influencia en la vida de los hijos, como toda regla, hay excepciones. Los seres humanos no funcionamos como robots programados o máquinas diseñadas para actuar de manera predecible. En nuestro devenir como personas intervienen múltiples factores, tales como temperamento, carácter, personalidad, medio ambiente, cultura, situación económica, religión, etc. Pero con todo y lo poderosas que puedan resultar estas fuerzas en la conformación de la personalidad de un ser humano, quienes sin duda ejercemos mayor influencia seremos siempre los padres.
Podemos afirmar que todos los padres deseamos lo mejor para nuestros hijos. Y aunque cometemos errores, nuestros esfuerzos están dirigidos a lograr que ellos se conviertan en hombres y mujeres responsables, virtuosos, y sobre todo felices. Sólo que a veces pretendemos que sean otros los encargados de educarlos y darles ejemplo, como los maestros, sacerdotes y hasta los gobiernos, sin darnos cuenta de la gran responsabilidad que tenemos como formadores de nuestros hijos. Creemos que “cumplimos” como padres con decirles todo lo que deben y no deben hacer. Les repetimos una y otra vez las mismas cosas pero nosotros mismos no predicamos con el ejemplo. En ocasiones nuestras palabras suenan huecas e incongruentes y nuestros hijos, sobre todo cuando dejan de ser niños, se dan cuenta de ello y nos juzgan con severidad.
Cuántas veces hemos escuchado a los adolescentes quejarse de todo lo que sus padres les exigen y que ellos mismos no hacen: ¡No tomes, no fumes, recoge tu cuarto, no veas televisión, no seas mentiroso, lee un libro, no seas flojo!, entre otras muchas cosas. Y los adolescentes expresan enojados: ¡Deberían empezar por hacer ellos mismos lo que nos exigen a nosotros!
“Lo que eres habla tan alto que no puedo escuchar lo que dices.” (Ralph Waldo Emerson).
¿Quiere decir que para inculcar un valor a nuestros hijos tenemos primero que vivirlo? La respuesta es sí. Por supuesto no podemos ser perfectos, pero si podemos demostrarles congruencia, ser ejemplo de lucha, de crecimiento personal y vivir en base a nuestras prioridades.
“No hay más que una educación, y es el ejemplo” (Mahler)
- Si queremos que nuestros hijos sean generosos, observarán como tratamos a nuestros semejantes y como evitamos hablar mal de las personas.
- Si deseamos que sean sinceros y no mientan, tenemos que ser sinceros y dejar de mentir (Esto incluye las mentiras piadosas o pequeñas mentiras)
- Si queremos que nuestros hijos tengan una buena autoestima, tenemos que trabajar como padres en la nuestra y demostrarles día a día, con hechos, no solo con palabras, que ellos son amados e importantes para nosotros.
- Si queremos que sean hijos responsables y cuiden de nosotros cuando seamos viejos, ellos se darán bien cuenta de que tan pacientes, responsables, y cuidadosos somos con nuestros propios padres.
- Si queremos que sean honestos, no corruptos, tendremos que aceptar y pagar las infracciones de tránsito y no dar “mordida” para evitarnos trámites engorrosos.
- Si queremos que nuestros hijos lean, tienen que ver que también nosotros leemos y disfrutamos de la lectura.
- Si queremos inculcarles el amor por la patria, la cultura, la música, el arte, el conocimiento, etc., primero se los tendremos que modelar nosotros mismos.
Es por ello que ser padres implica una gran responsabilidad. Nos exige ser congruentes y predicar con el ejemplo. Antes de darle una lección a tu hijo, un regaño o una llamada de atención, revisa primero que reflejan tus actos en esa área de tu vida, reflexiona y hazte constantemente esta pregunta: ¿Qué le estoy t